La púa de rastrillo

19,95

“En cuanto me recupere, iré a Barcelona a que me miren los ojos. He sido, y soy, una gran observadora: me interesa verlo todo, mirarlo todo, tanto si es una persona como una pared.” Así repuso Caterina Albert, «Víctor Català», a los 94 años, cuando un periodista le preguntó por su salud. Como otros grandes escritores, se dedicó primero a la pintura, y sus palabras parecen haber sido forjadas en las fraguas de sus ojos.

La púa de rastrillo reúne once cuentos que recorren su obra y termina con el monólogo dramático La infanticida, su carta de presentación al público, vetado por el mismo jurado que lo había premiado al descubrirse que había sido escrito por una mujer. Este primer contacto la llevó a asumir el pseudónimo de Víctor Català para explorar la sombra con absoluta libertad y construir los destinos humanos, especialmente los femeninos, sobre el hilo de la violencia.

 

Así se expresa Nicole d’Amonville Alegría en su epílogo: «“Si leo un libro y se me enfría tanto el cuerpo que ningún fuego puede calentarme, sé que eso es poesía. Si tengo la sensación física de que se me vuela la tapa de los sesos, sé que eso es poesía”, dijo en una ocasión Emily Dickinson a su preceptor. No conozco mejor definición para la obra de Caterina Albert i Paradís. Toda ella, no solo la estrictamente poética, sino también la narrativa y la teatral, posee el vigor, el poder y la gloria de la poesía.» Solo una traductora capaz de asumir un alto riesgo podía haber trasladado al castellano los versos y la prosa de Caterina Albert.

La púa de rastrillo

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